Ars versus fetiche.
Madrugadas sin dormir, un país nuevo pero no nuevo, aquí nací y no conozco, lo amo aunque me da miedo, me siento solo, tengo ganas de descubrir todo lo que me puede dar.
En este hogar-showroom prestado lleno de obras de arte, descubro mirando cuadros para matar las horas de insomnia a un tal «Rigel«, me parece provocador, sexy, adoro su uso del fetiche, y además flipo con lo descarado en su admiración de lo fémino. Pienso que me gustaría ser como él, capaz de expresar esas cosas con mis manos en un lienzo que se pueda ver en el salón de una casa, y que al mismo tiempo la abuelita no se sienta agredida. Yo no sé hacer eso, siento envidia no de la buena, dicen que es inspiración, yo digo que es envidia sin «apellidos».
Ya va a amanecer, cuelgo una pieza en el clavo de la pared que tiene la luz general siempre bien puesta, éste tío me encanta y pienso, su obra me hace -sentir- bien y mal, porque es muy fina pero es un poco pervertida.
Rocco, ¿me presentas un día al artista?. Claro ¿a quién?, pues a ese Rigel… él (Rocco) sólo me respondió con risas. Mi sorpresa fue el día que entré en un estudio pequeño, ni parece estudio, y charlé un buen rato con una chica que me recuerda a la Venus de Hohle Fels, -esa pieza de la prehistoria de hace 35 mil años de una mujer de pechos abundantes que dan ganas de amamantarte-, era pelirroja, melena rizada, y al salir, ya en el coche, se despidió de mi, arrancamos y oí de Rocco; bueno, ¿qué tal te cayó Rigel? ¡Cómo! ¿es una chica?
Unos diez años después, tras un golpe directo en toda la cara que me hizo sentir como un patético «erotic souvenir» por culpa de una culicagada, abrí los ojos, siento que antes siempre estuve medio dormido, que mi consciencia jamás estuvo tan alerta, ahora analizo la obra de esta pelirroja y me identifico, los elementos que siempre llamaban mi atención en sus obras son un mundo que no había observado al detalle, todos tienen un genoma común: el BDSM y el fetiche.
Logro que me invite a su estudio, a sus exposiciones, conozco a sus compradores de obra, y con mi mayor arte de seducción logré también que a veces me invite a su casa. Ahora me encuentro sentado en su cocina, observando con detalle; obras de arte por todos lados, un Fabián Ugalde en la pared, libros eróticos, piezas de arte de todo tipo, muchos Silvester Stalone, cuchillos, una desarmonía armonizada por el rojo que domina ese ecosistema y por la temática: sexo.
¿Quieres unas quesadillas integrales y un agua de jamaica? Sí, gracias… wow, esas manitas me van a preparar algo de cenar. En lo que ella está cocinando alcanzo a escanear todo, hay un taco de papeles encima; es una tesis, «Estéticas Sadianas» Análisis de las perversiones sexuales como experiencia estética… por Rigel Herrera.
¿Tú qué harías? dicen que la ocasión hace al ladrón.
No puedo recordar el nombre de las personas, eso me hace sentir muy inseguro socialmente, porque me pone en apuros al presentar a la gente, no recuerdo cómo se llaman y me siento incomodo, nervioso. Pero si algo se me presenta bajo presión tengo memoria fotográfica y soy frío. Con las manos veloces me atreví a ojear la tesis sin permiso; leo todo lo que puedo, me siento excitado por la situación, me arriesgo a violentar la hospitalidad, y confirmo la afinidad en lo poco que puedo leer. Ahora resulta que una pintora es mi fetiche.
Llevo años escribiendo en privado, 17 para ser exacto, el día que abra todos mis posts el universo en el que me muevo va a entretenerse muchísimo, a mi colchón deberían matarlo porque sabe demasiado, he vivido mucho. Lo que me pasó hoy me ha terminado de cambiar, ya no me siento solo en esta apertura de ojos, me siento acompañado y con derecho a decir lo que me salga de las narices, desde hoy tengo el valor de escribir lo que mi mente sabe, lo que no sabe y quiere saber, lo que me gusta y lo que no, lo que me da miedo y lo que quisiera que a otros les sirva.
En este mundo tan loco, donde los buenos son los malos y al revés dependiendo de cómo o quién lo diga, o de cuántas veces lo repita o de su habilidad para convencer o mentir, y, lo más fuerte: donde aparentemente «el cosmos no tiene moral», haré lo que me plazca por una vez. No, no una. Mil.
Esclavo de todas las artes, sin capacidad de dejar de sentir, ya no creo en el amor, paso de adaptarme a los inadaptados, ahí va.